Los herederos de la ciudad son tropas morenas que disfrutan sus calles al sol.
No les asusta el humo, ni el ruido, ni las sombrías hileras de casas.
Pasean al recoger a sus hijos del colegio. Aprovechan los parques minúsculos, los bulevares, y devuelven las risas perdidas hace tanto tiempo.
No saben qué es perder el tiempo en buscar aparcamiento. Compran en tiendas pequeñas, sólo lo justo. Tienen la tarde por delante para hablar, reír, compartir. Como antaño.
Creo que la ciudad se siente bien con ellos.
Mientras, las autopistas vomitan cientos de fugitivos hacia lugares vacíos, fríos, donde nada se funde, donde sólo hay yuxtaposición. Su capullo de alto standing les espera. No saben, no sabemos.
Hemos perdido la ciudad.