Una mosca. Una simple mosca se posó en la página de mi libro esta tarde mientras tomaba el sol en la piscina. Pensé sacudirle un golpe, en plan toba, y mandarla a paseo. Pero no. La miré. Paré mi mente y la vi. En aquel minuto largo no hubo más que ella, y yo, mirándola. Ella. Ajena. La vi. Sus ojos rojos, su trompita. Las alas irisadas. Las patas terminadas en garra. Los pelillos en la tripa rayada. Se lavaba como un gato con las delanteras. Luego las traseras, y al fin, las de enmedio.
Disfruté de su aseo, espectáculo humilde, de mosca corriente. Simplemente, disfruté. Fui capaz de cortar toda actividad, especulación, proceso, cálculo, avance, ansiedad, temor, fastidio. Bajé incontables peldaños en la actividad intelectual. Y qué gustazo!!!!!!
Antes, yo, que era inocente, hacía y sentía cosas parecidas. Y mantenía una conexión con mi espacio exterior, que era una inmensa burbuja que me rodeaba placenteramente. Los meneos que te va dando la vida, más o menos sin tú quererlo, comprimen esa burbuja hasta que tienes la piel pegada al mundo, y te arañas casi con cada cosa, y tu espacio se hace tan pequeño que no ves , porque no cabe, ni una sola mosca.
Un minuto largo de felicidad, y la posibilidad de despegar la burbuja de mi piel y abrir los ojos. Gracias, chica.
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