jueves, abril 05, 2007

Alicia se va de viaje

El primer viajero que subió al tren era un hombre alto, más o menos fuerte, con ojos verdes. Al verlo, se diría que era americano, por el pelo, por el aire en general. Venía de un avión que aterrizó en Oslo, con dos horas y media de conversación intensa bajo el brazo, y todas las tretas y artimañas y las mentiras escondidas en sus bolsillos. Se podría decir también que era un ser tierno, pero sólo así, en condicional, en hipótesis. Lo aparentaba. Su equipaje era una caña de pescar y anzuelos variados, pero lo que más abultaba era un montón de ciencia que llevaba también bajo el brazo, como la conversación, pero en el otro brazo. Demostró ser muy buen pescador, porque me hizo tragar todos los anzuelos que llevaba preparados, y yo ni me enteré hasta que me sacó del agua y empecé a ahogarme. Eso fue un buen rato después de que me invitara a compartir un bocadillo de calamares con mayonesa, con toda la parafernalia de una comunión pero sin serlo.Entre los calamares y los anzuelos, a mitad del viaje casi me muero.
En esto que subió un segundo pasajero, completamente musculado y musculoso, con la cabeza rapada. Miraba como un ave rapaz, a un lado y a otro. Era grandilocuente y sus movimientos hacían pensar que llevaba una capa de plumas que movía a su alrededor. Decía que acababa de llegar de una guardia en el hospital y que era un hombre muy atareado. Parecía tener muchas posibilidades de deshacer el lio de los anzuelos y los calamares. El otro se había agazapado en un rincón para pasar desapercibido. Me envolvió en la capa y me acogió entre sus poderosos brazos, y me dí cuenta que el lio de los anzuelos y los calamares había desaparecido. Pasaba el tiempo y no me soltaba, y cada vez me sentía más atrapada, y como no paraba de decir estupideces que venían directamente de sus músculos , empecé a asfixiarme y a tener serias dudas sobre quién era yo y qué hacía allí. El otro seguía agazapado, pero de vez en cuando hacía señas . De pronto, mi abrazador me miró, me vio, levantó el vuelo sin más y salió por una ventanilla graznando como un cuervo "eres una buena mujer". y se quedó por ahí cerca luciendo sus plumas.
El de los anzuelos y los bolsillos llenos aprovechó una parada y se bajó. Iba yo a tomar un poco el aire al pasillo cuando me dí de manos a boca con un sujeto oscuro, alto, que me pidió excusas en francés. Contesté. Y me ví metida en una conversación en la que las palabras fluían solas en ese otro idioma. Es seductor hablar un idioma que no es el tuyo aunque lo sea también. Y el sujeto oscuro se fue tiñendo de colores, desplegando una paleta en vez de capa. Vivía, me dijo, bajo un puente. Y trabajaba en la calle, al aire y al sol. No cantaba como la cigarra, pero como ella, disfrutaba sólo el momento
. Me salpicó con sus colores, bebímos innumerables cervezas a la luz de mil farolas, bailamos innumerables salsas y danzones, tanto que se me olvidó que iba en un tren. Cuando lo recordé, recobré la compostura, a ratos, claro, porque era difícil resistirse al embrujo de la bohemia. Y esto sumió en un gran desconcierto a mi pintor, que decidió seguir la juerga por su parte.
Para no aburrirme intenté hablar con otros viajeros, ya que parecía que el viaje duraba más de lo previsto. Pero era todo confuso. Unos iban, otros venían, nada, un jaleo. Así que me fuí al bar a tomar una copa, que es lo mejor que se puede hacer cuando no se sabe qué hacer. Con ella en la mano, que es una elegante manera de decir eso de que no sabes qué hacer, noté que me apretaban enormemente los zapatos. Me quedaba algún resto de calamar, me dolían un poco los brazos del aprtetujón, y tenía manchitas de colores por la ropa.
Todo era humo y ruido. Miré a un lado y ví que pasaba un hombre. Le seguí con la mirada. Me vio. Se iba. Le seguí con la mirada, que ya no lo era tanto porque se había convertido en una especie de telaraña sutil a su alrededor. Se paró.
- Dime algo....
Y hablamos. Ya estaba bien de anzuelos, abrazos y colorines.

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