domingo, mayo 20, 2007
Pasa de vez en cuando. A condición de que estés en el lugar adecuado, un bosque por ejemplo. Sería imposible tomando una cerveza en la plaza Santa Ana. O arrastrando la cesta de la compra en el super. O mirando la pantalla del ordenador.
Pero si un día sales de todo eso y más, y te vas, sin más, a cien o ciento cincuenta kilómetros de la cesta, la cerveza y el pc, te reencuentras contigo, la de hace mil años, que se tiraba al suelo buscando qué sé yo, y a lo que fuera que en ese momento buscaba.
Y surge la misma emoción. La debe producir el verde que te rodea. Y empiezan a a aparecer viejos amigos, de nombres casi olvidados. Y así de pronto, entre la maleza, pequeñito y único, ves algo que no conocías, pero que sabes que puede ser, que debe ser, que quieres que sea.... ¡Y es! Una orquídea superviviente, diminuta, modesta, bella, perfecta, que te habla y te cuenta que ella es y está. Y te invita, por un momento a que tú seas y estás con ella, nada más.
Y después, te vas, con la sensación de haber reestablecido un extraño vínculo con la tierra, que es lo que eres.
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