La tierra me llama, me atrae, cuando en ella aflora el tiempo. O es al revés, y es el tiempo quien me atrae. Pero lo cierto es que la unión de los dos tira de mí. Cuántas veces sentí, al pasar por las sierras de Hellín mirando a poniente, que algo me llamaba. "Mira, mira, siente, siente, estamos aquí, no quites la vista, para y pisa este suelo, únete a nosotros".
Nunca lo hice. Tampoco al pasar por Peñas de San Pedro, o Barrax, Lezuza, Munera. Ni por el Tormo de Minateda. Cientos de cerros me habrán llamado y yo me he quedado expectante, sin entender. Tierras áridas, desprovistas de interés en apariencia, diciendo "aquí estoy yo", y yo, sin entender nada de nada.Pero conmovida.
Hasta que un día estudié lo que no sabía pero presentía. Ese pensar "no sé qué, pero esto tiene algo"se convirtió en el paso natural de entrada de la influencia orientalizante del Mediterráneo hacia el interior. Otro, el lugar donde murió Amilcar Barca. Santuarios íberos. Villas. Castros. Y yo, sin apearme ni una sola vez a ver lo que deseaba.
Hasta que un día, por fin, pude llegar y ver un dolmen, el de Tella, en Bielsa. No tenía ni idea de lo que iba a encontrar, porque no era el sitio lo que me había llamado, sino un cartel en la carretera. El dolmen en sí, era pequeño y podía pasar desapercibido, pero camino hasta llegar, el entorno....Todo un descubrimiento. Grandioso. Yo también hubiera levantado uno allí de haber vivido entonces. Para quedarse y vivir en una cuevita si es preciso!
Luego he visto dos castros, Coaña y el Raso. Los he disfrutado, en el camino, intentando adivinar por qué allí y no en otro lugar, e in situ, tocando las viejas piedras, viendo los contornos de las casas. Pero ninguna sensación que haya tenido se ha podido comparar a esa desazón que me producía pasar por aquellos lugares de historia desconocida para mí, y la de otros, no tantos, que hacen que algo se remueva en mi interior por la llamada del tiempo y la tierra.