jueves, abril 17, 2008

Acababa de propinarle un sonoro bofetón a su marido. Se quedó perpleja. "Dios mío, ahora me acusarán de maltratadora". Todos los que estaban en el salón guardaban silencio. Ella no sabía qué hacer, y de pronto, Lola entró sin que nadie le abriera la puerta y dijo: "Vámonos".
La calle estaba vacía, tranquila.
-¿Hacia dónde coges el metro?- preguntó Lola.
-Hacia Sol.
-Pues vamos, que cierran a las dos y no llegamos.
Entraron, y corrieron por pasillos relucientes.
(...)A la izquierda, las aceras se elevaban y tenían que subir pequeñas cuestas que serpenteaban cada vez más alto. Junto a las puertas de las casas había sacos llenos de flores, de especias coloreadas y aromáticas, de frutos secos, todo al alcance de la mano. Ella dejó caer su bolsa así como sin querer sobre los sacos y recogió un revoltijo oloroso. Se apretó la bolsa contra el pecho.
-Estoy robando, Lola, y no me importa....
Pero en su interior no quería que la viesen. Lola la miró y no dijo nada, sólo esbozó una sonrisa. La calle se abría a una plaza, y bajaron hacia ella. En una baranda, parado, había un hombre muy alto, muy fuerte, con el pelo negro recogido en una coleta, que llevaba una camisa verde agua. Al verlas se acodó en la baranda y sonrió. Hablaba sin palabras de cosas agradables, sus ojos negros eran dulces. Lola se volvió y dijo:
- No irás a hacer caso a ese individuo?
- Creo que sí - contestó ella. No hizo falta más.
Avanzaron los tres hacia una cervecería que había en la plaza. Él charlaba animadamente, llevándola a ella sujeta por un codo mientras subían las escaleras.
Una vez allí, la abrazó por detrás y dijo:
- Ven conmigo. Te voy a llevar a un lugar especial.
La espalda apoyada en el pecho de él. Cálida sensación... Los brazos que le rodeaban el cuerpo, sólidos y tranquilizadores...Ella fue.
Era un puesto en la calle, un tenderete. En penumbra, dejando pasar la luz a través de mil colores mezclados en mil telas suaves que ondeaban levemente. Del techo colgaban collares de cuentas de cristal,de conchas, de semillas y maderas. En las bandejas relucían las piedras, la plata de los anillos y pendientes. Un pequeño mundo de arco iris en el que ella perdió la noción de dónde se encontraba. Se sentía flotar, etérea, libre. Él le tendía vaporosas telas azules, naranjas, la envolvía en ellas. " Ponte esto, y esto otro" " Prueba con ésta", susurraba. La envolvía en la suavidad, la adornaba con pequeñas joyas refulgentes. "Y ahora vete..."
Marchó, despacio, contemplando sus nuevas ropas, sus adornos. La calle estaba abarrotada de personas que la miraban al pasar. Se sentía bien, como dentro de un capullo de seda que la envolviera y la protegiera. Al andar iba tranquila, porque sabía que si volvía la cabeza él estaría allí, disponible, sin agobios, sin tormentos, sin límites. Cuando quisiera podría ir y abrazarle, o sólo verle, daba igual lo que fuera porque él estaría allí. Una nueva seguridad y tranquilidad crecía dentro de ella.
Se acercó a un edificio azul y blanco rodeado por la gente, y subió por una pasarela para entrar. De pronto sintió que unos brazos la tomaban por detrás envolviéndola de nuevo en el conocido abrazo. Él le dio la vuelta y la besó suavemente. Se marchó en silencio, como había venido, y ella le contempló, abajo, en el puesto de los mil colores, con su camisa verde agua y su pelo negro.
"Da igual donde vaya. Estará ahí, para mí. ¡Para mí!"
Bajó y cruzó la calle. Él estaba de espaldas, y fue ella esta vez quien abrazó, pegando su cara a aquel cuerpo cálido que resultaba tan amable. Disfrutó de aquel momento, de aquel contacto, de aquella pequeña unión, de aquella paz. Soltó los brazos, y él se giró. Tomados de la mano, empezaron a caminar por la arena que había al otro lado del tenderete, hacia el mar que se presentía.
Lola hacía largo rato que había desaparecido. Casi todo daba igual ya....

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