lunes, abril 14, 2008

Veo crecer las nubes con la esperanza de que se forme una tormenta. Blancas, nítidas, rotundas, se despliegan ondulando, recortándose sobre el cielo, poderosas, prometedoras de mil estruendos y poderío sin fin. Las necesito. Son una prolongación de un yo oculto que sólo yo sé que existe en mí.
Despegar de la tierra. Volar. Crecer hasta lo más alto. Desplegarse. Abarcarlo todo. Explotar. Deshacerse en mil diminutos fragmentos. Caer. Volver a la tierra. Desaparecer.
Vivir es eso mismo, pero más despacio, más triste, más doloroso. Necesito mi tormenta. Y que salga luego el sol y me acaricie...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

A eso le llamo yo la descripción del ciclo vital de uno mismo, ¿no? ¿Por qué asociamos tanto la tormenta con la purificación?

lagave dijo...

No sé, Fackel. En general, las tormentas suponen limpieza en el aire, la tierra lavada, ozono que te hace respirar con placer... Renovación, purificación.
Pero quizá en mi caso, la purificación llega por la descarga de potencial acumulado. Esa liberación alivia, sí.
Y las envidio, sabes? Y también me gustaría deshacerme en gotas y desaparecer y volver a la tierra, y volver a ser gota en el aire y volar, y volver a empezar...

Anónimo dijo...

Es muy emotivo (y muy emocionante) lo que dices y como lo dices, te entiendo. Buen domingo.