Yo tenía trece años para catorce. A ratos jugaba con las muñecas en casa, mientras escuchaba la radio(afortunadamente no había televisión en casa, y lo que hubiera costado nos lo gastábamos en tapear en los bares...)Mis compañeras del colegio hacía tiempo que se olvidaron de menesteres tan infantiles, y allá por la primavera me convencieron para ir a unos "guateques" que organizaban las monjas de la Inclusa.Debatiéndome entre la niñez y la adolescencia, todo ambigüedad, fui a "La Paz", y descubrí un mundo absolutamente desconocido, intrigante, y, a veces, descorazonador.
Aquello estaba lleno de chicos y chicas, vestidos con sus ropitas más "on", mirándose, investigándose, y entrando en un ritual que nunca había visto: sacar a bailar.
NO era cualquier cosa, no. Tenían que sacarte, tú no sacabas; te esperabas a ver si a alguno le hacías gracia o, simplemente, no había nadie más disponible y te tocaba a ti. Por lo general a mi no me tocaba. Era lisa como una tabla y vestía de aquella manera, así que tenía pocas papeletas...
Aquello era curioso. De pronto sonaba una canción(pongamos "let it be") y los muchachos parecían enloquecidos y corrían a "sacar" a las muchachas. No digamos si era Matt Monro, con su "Alguien cantó" Quelle folie, mon dieu! ¿Y Adamo, siempre con las manitas en la cintura? Pesadito el chico y los que le adoraban, jo.
Las monjas ( y esto era de lo mejor de aquel lugar)velaban por la moral y el sexto mandamiento, y recorrían la sala con un folio enrollado que debía caber entre los bailarines. Y ojo si te lo ponían, quedabas marcada para siempre!!!! El chico, algo menos, pero se corría la voz: "Ése se aprieta mucho". Y lo llevaba claro el pobre.
Entre tanta música había una canción de las que provocaba la consabida estampida de emparejamientos separados por las monjas, que yo no conocía.Sonaba, me quedaba invariablemente sentada, mirando, y llegué a sentir por ella bastante tirria.Bastante, sí señor.
Y aquellos bailes se acabaron, dejando recuerdos y experiencias, emociones, luces, colores por ahí en algún rincón de mi memoria. Y hete aquí que al cabo de casi treinta años un buen día la oí en la radio de un bar. Todo salió de golpe, y la deseé como se desean los años pasados y el tiempo perdido. No pude saber su nombre, como si de una amor de una noche de una copla cualquiera se tratara. Mi deseo crecía, me angustiaba, me obsesionaba... Y emprendí una feroz búsqueda por las tiendas de discos de Madrid, compré varios LP de recopilaciones de los 60, hasta que al cabo de bastante tiempo, ¡apareció!.
Volver a oírla, una y otra vez, fue como si me aplicara un perfume que se olvida en un cajón. Como si todos mis sentidos y mi conciencia recrearan el momento, las personas, el lugar. Pequeñito viaje en mi tiempo, reencuentro arremolinado conmigo.
Y pude ponerle nombre: Something in the air. Thunderclap Newman. Y descansé. ¿O no?
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