domingo, octubre 14, 2007

Historia de ella (sigue)

Ella podría contar muchas historias de la guerra en Madrid, todas vividas como en una película en blanco y negro. El día del levantamiento, siempre ha jurado que fue así, vio desde la torre de la Sud América a los frailes de Jesús de Medinaceli correr por la azotea del convento remangándose los hábitos y con el mosquetón en ristre, para disparar a los milicianos que corrían cerca del Hotel Palace. Con quince años, salía a ver los combates aéreos en la plaza de Neptuno. Y la llamaban: "joven, joven, venga a cubierto" Y ella pensaba, omnipotente, "a mí me van a dar, qué casualidad". Los perros, que venían a esconderse bajo la cama antes que sonaran las sirenas de la alarma de bombardeo. Los enlaces del frente, que llegaban en sus motocicletas contando novedades, el mejicano alegre y guapetón que murió degollado por un alambre en una carretera cerca de Madrid.... Los grandes hoteles convertidos en hospitales, hasta para perros. Los paseíllos a las checas de los "fachas", entre ellos, el de sus tíos, que tenían una bandera y un retrato de los reyes que se veía desde la calle...( la culpa fue de la mujer que era una carca, pero él, no, era tonto de puro bueno y por eso se fue con ella cuando se la llevaron)

Cuando los Jiménez, amigos suyos de París, vieron que la cosa no pintaba bien decidieron irse a Sudamérica usando su pasaporte diplomático, y le ofrecieron llevarla, pero no quiso dejar a su madre sola. Y a finales del 37, decidieron salir de España para Francia en una expedición de la Cruz Roja, la primera que se hacía. Fueron en tren hasta Valencia. Ella iba con el gorro de un aviador ruso y un pañuelo de la CNT, todo muy de dieciseis años.... Y a mitad de camino, las compañeras de viaje sacaron los rosarios y empezaron a rezar. Mmmmm. eso no encajaba....
En Valencia embarcaron en un mercante inglés que iba a Marsella. El viaje fue tormentoso, como prólogo de lo que sería el final.
Al llegar, de la pasarela del barco entraban a unos camiones que llevaban a las pasajeras a un tren que iba directo a Bilbao, zona nacional. Desconcierto, espanto, disfraces y caretas caídos. Quien no hablaba francés no sabía lo que le estaban haciendo, y marchaban, algunas como ovejas al matadero. Ellas, se negaron a bajar aconsejadas por los marineros, ya que el buque era inglés y podían pedir asilo, llamaron al cónsul, vino la delegada de Cruz Roja y se oyó: "que nadie más venga en una expedición sin saber a dónde va". Y ya que tenían cartas de un tío y de amigos en París, pudieron seguir el viaje como refugiadas políticas. Si no, la historia hubiera acabado de otra manera. Posiblemente, frente a un paredón.

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