Adolescente feliz, hasta que empezó la guerra, que todo lo partió. Se alimentaba con sus recuerdos de Francia: la casa de muebles hermosos, los gatitos tirados por la ventana que subían por la escalera, el Hospital que le salvó la vida, las vacaciones en el Chateau, las visitas a otros españoles exiliados como ellos y a algunos amigos franceses (Qu'elle est polie, la petite fille!), el colegio de las monjas de tocas enormes, el hermano que pescaba en el Sena...
Todo estaba en orden, todo correcto y previsible. De vez en cuando, un viaje a Bilbao, pero nunca volveremos a España.Sí.
Y fue que no. Porque sí volvieron. El cielo y el sol de Madrid , y su padre, que se moría por verlos, tuvieron la culpa, con la ayuda de la amnistía que decretó la República en 1931. Dios, Dios, Dios, cuántas veces fueron malditos todos, porque de haber seguido allí, la vida hubiera seguido por caminos conocidos.
Con diez años, vuelta a empezar en un país que le era extraño. Las nuevas monjas le daban pellizcos retorcidos por no saber la geografía española, por no pronunciar la erre. "Niña medio francesa y tonta".
Durante cinco años vivieron de las rentas. El Rico, así llamaban a su padre. Y para más riqueza, el 17 de julio de 1936, tuvo que viajar a Santander para cobrar una herencia de un tío indiano. Y el 18 de julio el tren se paró en Burgos y él bajó. España se partió. Había empezado la guerra, unos quedaron aquí, otros allá, y ya nada fue igual.
Ella y su madre, arropadas por otros españoles que habían vuelto de Francia, habrían sobrevivido aceptablemente de no haber sido porque el hermano marchó voluntario con los republicanos, y porque los nacionales estaban a las puertas de Madrid, asustando con las tropas moras a la población, que cuando entrasen harían la mayor salvajina conocida especialmente entre las mujeres.
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